SUB DECLARACIÓN VI
Después de los juegos, los remilgos, los pasos inusitados y las veladas aspirando musgo, polvo y dosis de mala saña, el Capitán del submarino se ve en los ojos de sus alféreces, cabos, tripulación en general, y reconoce muescas, banderas, signos de depravación, miseria y bondad, se ve a sí mismo retorcido entre fauces de hienas marinas, perros y resorteras infantiles. La esperanza que vivo lo contiene está en cada una de las válvulas, cuya presión conserva su fe religiosa abigarrada. El descenso, a estas náuticas alturas, le mantiene sin cuidado. Observa, se ve las manos como quien se las intenta leer, y apresurado gira órdenes de que el submarino permanezca impasible a una profundidad cómoda, quieto, estático. Vuelve a mirar sus palmas y el llanto inconsolable se vierte en su camarote. Apaga las luces, prende su cigarro, play al blues y la válvula de oxígeno marca ceros, paulatinamente. El cuerpo del Capitán flota en paz, honra y decoro perpetuos, sumergiéndose en los ojos de los demás.
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