Color Crujir
DE MAÑANA
Es en el sueño de la madrugada cuando las nubes mecen sus aguas.
Es en la espera llamarada que las cenizas escalan los pómulos.
¿No oyes las letras brincar?
¿No ves las flores bajo los cascos y entre las lozas palpitar?
Hay púrpura y magenta regados por la pedrera, y entre los pozos.
Hay un planeta estacionado, vertido, gimiendo en canal su magma eterno sobre la estepa, enteramente.
¿No oyes los colores rebozar de sí mismos, entre tus manos y las mías, tangerinas y verdeazules?
¿No los oyes?
DE TARDE
Es el gris acompasado quien balancea el cielo plano y monocromo.
Es el seseo de las palabras incompletas que queman en el comal el centeno y el cilantro instantáneos.
Yo tengo las cartas del navego, la ruta de enfermo y el cobijo del sangrante.
Yo tengo las torundas, los ungüentos y los fomentos, soy el pábulo eterno.
Hay un cielo y es muy grande su verter de ruiseñores, golondrinas y guiños solares.
Hay un miedo perpetuo y maligno de partida definitiva, de cosecha congelada.
¿No oyes en mi pecho las letras, las flores, los colores, los planetas y el cielo crujir de miedo?
¿No oyes mi palabra, aquí, en el centro?
Es en el sueño de la madrugada cuando las nubes mecen sus aguas.
Es en la espera llamarada que las cenizas escalan los pómulos.
¿No oyes las letras brincar?
¿No ves las flores bajo los cascos y entre las lozas palpitar?
Hay púrpura y magenta regados por la pedrera, y entre los pozos.
Hay un planeta estacionado, vertido, gimiendo en canal su magma eterno sobre la estepa, enteramente.
¿No oyes los colores rebozar de sí mismos, entre tus manos y las mías, tangerinas y verdeazules?
¿No los oyes?
DE TARDE
Es el gris acompasado quien balancea el cielo plano y monocromo.
Es el seseo de las palabras incompletas que queman en el comal el centeno y el cilantro instantáneos.
Yo tengo las cartas del navego, la ruta de enfermo y el cobijo del sangrante.
Yo tengo las torundas, los ungüentos y los fomentos, soy el pábulo eterno.
Hay un cielo y es muy grande su verter de ruiseñores, golondrinas y guiños solares.
Hay un miedo perpetuo y maligno de partida definitiva, de cosecha congelada.
¿No oyes en mi pecho las letras, las flores, los colores, los planetas y el cielo crujir de miedo?
¿No oyes mi palabra, aquí, en el centro?
Foto robada a Flor Codagnone.
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