La delta del Viaducto
Para Darío, mi mejor pícher.
“Yo voy a querer un capuchino, pero sin chile”. La mesera sonríe y me toca la cabeza. “Dele un vaso con leche”. Indica mi madre. Después de hacerle guardia a una mesa en seña de apartado o espera para ocuparla, uno puede sentarse ya que los comensales pagaron y dejaron migajas, gotas secas de café, bolas de servilletas usadas y el cenicero con pedacitos de papel y charquitos de algo. Si esperas a que la limpien, es probable que te la ganen. Pero mi padre es un profesional: ni se la ganan ni es encimoso. Sabe estar de pie sin incomodar. Yo lo imito. Me cruzo de brazos, observo las lámparas, el techo. De vez en cuando intento leer todos los letreros para ser el mejor en clase y que los de la fila de en medio no me molesten. Los divido en sílabas, leo de atrás para adelante, los recito, hasta que mi hermano me calla y jala para que nos sentemos. Ya sentado, juego con el Rolls-Royce a que esquiva los restos de comida de los que se fueron. “Guarda tu coche, ya viene la señorita, ¿quieres un bísquet con cajeta?” Las meseras de los Bísquets Obregón huelen a frijol, a huevo, a cocina. No me gustan. Se ven grasosas, y acercan demasiado sus delantales a la gente. Tienen los brazos morenos o rojos, sin pelo, entonces brillan. De inmediato llegan 2 vasos de cristal con una cuchara metálica dentro. Le sirven ese café oscuro e hirviente a mi padre. Es como menos de un cuarto de vaso. “La cuchara es para que no se vaya a destemplar y se rompa, mira, hazte para atrás, viene la leche caliente”. Y el show de la mesera. Ya vierte desde lo más alto que puede su cascada salpicona, que choca con el extracto de café y provoca mucha espuma. “El mío sin espuma”. Mi madre sí sabe. Creo que lo que no quiere es correr el riesgo de que nos salpique, me ha dicho que la leche quema muy feo. Y a sus 30 años debe saber de muchas cosas. Mi padre nota que entre mi hermano y yo ha comenzado la pelea de turno. Esta vez son patadas bajo la mesa. Como se siente futbolista el cabrón y yo soy una pelota… “¿En serio no quieres que te inscriba en el América? Cerca de la casa están los del Cruz Azul, o los Pumas; y así vas con tu hermano, van juntos”. Jamás. El futbol cansa, no le encuentro chiste. A’i van todos atrás de la pelota, nadie se la pasa a nadie y siempre acabo siendo el portero y el que va por la bola. Me gusta ser el portero porque así sí toco la bola y cuando la echan por arriba puedo brincar y recargarme sobre los demás y pegarles. No me gusta ir por la pelota. Ya sé que cuando gritan “bolita, por favor”, me están diciendo a mí eso de bolita. No me importa, porque cuando despejo desde la portería la chuto chueca, les enoja y tienen que ir por ella.
Las noches de viernes mi padre nos lleva a cenar. A tomar un café. Le gusta ir al café de chinos (jamás he visto uno de ellos, todos son de México). Casi siempre se encuentra gente. Conoce un chorro de personas del sindicato. Todos sus amigos son muy serios, se llaman por apellido. Roura, Jáuregui, Ruvalcaba, el Sr. Gutiérrez, Vizcaíno. No sé por qué ellos no están con sus familias. Se sientan en una mesota y nadie toma café, todos toman coca. Huelen como a vino, mi mamá dice que los muchachos del grupo les gusta la copa. Yo veo que tienen vasos. Mi padre no bebe, se me hace que le gusta más el café porque prefiere estar con nosotros. Al salir de los Bísquets nos encontramos a uno de los muchachos del grupo del sindicato, dijo mi padre que era de la legislativa (que no sé qué es, pero se supone que es como un grupo muy exclusivo del sindicato), e iba con su hija. Ella saludó de beso a mi madre, a mi padre, a mi hermano y a mí no. Me dio coraje. Creo que iba a ser el primer beso que recibiera. En 5to de primaria no se dan besos los del salón, eso pasa con los de la secundaria. Las amigas de mi hermano saludan a los hombres así. Estoy seguro que ella es de secundaria, porque ya se le ve que usa brasier. La hija del señor Borja es blanca y de ojos negros. Cuando me mira, porque me voltea a ver mucho, se ríe. Sé que se ríe de mi pelo o de mi panza. Entonces yo le pongo cara. Se llama Clara y a veces sueño con ella. Ella llevaba una falda azul cielo, calcetas blancas y zapatos negros, ah, y la blusa blanca con tela medio transparente, por eso le pude ver lo de abajo. Seguro se dio cuenta, porque cuando se despidió de mis papás, me volteó a ver con una cara… hizo algo muy raro, sonrió de un lado y cerró un sólo ojo, ya luego volteó la cara y su coleta de caballo hizo un vaivén.
“Entonces qué, mijo, ¿no quieres que tu papá te inscriba en el fut?”. No sé por qué insisten. Además no creo que me acepten, no he visto porteros gorditos. Mi hermano dice que me harían novatada. Que seguro me visten de mujer y me hacen pedir dinero, o que me echan agua y me quitan la ropa. Lo bueno es que yo soy el que mejor pelea, ya me he peleado con 4. No soporto que me digan de cosas, y como mi papá me dijo que no me dejara… ni los empujo, me voy directo a la nariz; eso me enseñó mi hermano, dice que en su clase de ninjas les dijeron que al rival se le derriba con un golpe en la nariz, y la verdad sí es cierto. Si me quieren hacer novatada, no me voy a dejar, además ni me gusta el fut, así que no voy a entrar. En la escuela me tienen miedo, pero creo que les gusta hacerme enojar, porque a la mera hora se echan a correr. Lo bueno viene cuando los logro agarrar, ahí sí que no los suelto. Me gusta que me tengan miedo.
Estaba el chipichipi, ya se venía la lluvia. No llevábamos ni 10 minutos en el coche cuando mi padre se paró afuera de un cine grandote o de algo así. Nos dijo que no habláramos. Bajamos todos. Me costó trabajo salir de atrás del coche. El vocho de mi papá tiene un espacio bien calientito detrás del asiento de atrás, ja, apenas y quepo. “Corran, no viene nada”. Nos cruzamos uno de eso ejes de 6 carriles. Llegamos a una taquilla, pero estaba cerrada, más bien no había nadie. Se oía gente adentro, seguro jugaban las Chivas, a mi padre le gustan, a veces me cuenta del Campeonísimo. Por las rendijas se alcanza a ver el verde del pasto. Mi padre nos dijo que lo siguiéramos. Javi se quedó con mi mamá en una banca y yo me fui con mi papá. En una puerta pequeña, mi padre hablaba con un señor. “Dennos chance, jefe, venimos de fuera y quiero que mi hijo conozca, si quiere, le doy pa’l refresco”. Pensé que era mi novatada, porque era oscuro y olía mal, como a baño que no le jalaron. “Híjole, güero, no sé, ¿cuántos son?”. Mi padre convenció al tipo, le chifló a mi hermano y se vino con mi mamá. Entramos al pasillo largo, y mi papá no le dio el refresco que le prometió dar al señor. Al terminar el pasillo, una luz verde me golpeó la cabeza, podía ver cómo la poca lluvia caía, porque una par de reflectores gigantes la iluminaban, se oía mucha gente. Un chavo más grande que mi hermano nos recibió gritando “¡bienvenidos al infierno!”. Yo sabía que era broma, porque todos estaban muy contentos. El mismo que nos dio la bienvenida saludó a mi padre con entusiasmo. Lo llamó por su apellido y le dijo que era de la palomilla. Se abrazaron y entonces nos dio unos lugares. Pude ver un campo verde con callejones de tierra plana, tenía 9 señores uniformados y uno de ellos estaba parado sobre una montañita y le aventaba la pelota a otro que la cachaba sentado. Un tipo enorme, negro, sostenía un palo con el que intentaba pegarle a la bola. El campo era un gran diamante que deslumbraba sin luz, que brillaba como un planeta o un corazón, ya sé que no brillan, pero así me los imagino siempre. Conocí el beisbol. Conocí el Parque del Seguro. El Parque Delta.
Sentí el aire fresco por todo mi cuerpo. No soñaría más con Clara ni temería ninguna novatada, tampoco sería más un portero. Comenzaba la fantasía, la dignidad y el honor del beisbol en la delta del Viaducto.
Esa noche jugaban los Diablos Rojos del México Rojo contra los Cafeteros de Córdoba. El juego se suspendió por lluvia en la 7ma baja, con la pizarra 7-3 para los de casa.