De “si yo soy de allá, de donde se mete el sol” a “si no soy de acá, pinches güeyes”.
Así iba mi padre despotricando contra lo ajeno. Aunque a diario iba perdiendo la rabia, dejaba de mentar palabras aprendidas al aventón “nos conquistaron, ellos, nosotros, allá, allá, sí, pero allá…”. Ya pedía que le pusieran un tinto de verano, il conto, por favore, grazie, bongiorno, latte per me…
Llegar a Barajas fue el banderazo. Ya en el avión me había reventado la lágrima al verlo dormir y roncar de cansado, boca abierta, garganta seca. Le vi sus 70 años encima, correteando al piloto para que se apurara, sus 70 llenos de polvo sindical, mala y rancia educación, ignorancia salvable, insalvable, experiencia, ilusión, sapiencia extrema.
Anda, caminemos con 50 kilos de equipaje desde T1 Barajas al metro. Trasborda, sube, baja, levanta, hazte para allá, ven, cuidado, ¿qué? Uf. Vamos por una caña, y te explico. Irrumpe por Sol, descubro al niño Javier que a su modo descubre el centro de la ciudad, y no habla, y si habla, dice lo que sabe decir, todo es bárbaro, fabuloso y fantástico, también la ciudad.
El arte con la calle nunca se ha llevado, por más que digan los alternativos y las hordas pseudointelectuales. Así es, es lo que hay. Museo, día 1… 20 minutos después, ya abandonábamos el Thyssen con dirección al templo del futbol español. A la mierda el arte, vamos a la calle. Ya Rivas toma por la izquierda, desborda, abre paso por toda la lateral de la Castellana, alza la vista, lo ve, lo contempla, se le cuela y anota una sobria sonrisa conquistadora, hasta las entrañas del Bernabéu, el estadio mudo, le tiende sus mejores asientos al visitor.
En Atocha, el niño de Sol brilla de nuevo. Mira los trenes, mira los trenes. Vamos a Toledo. Y Toledo le entra laberíntico en sus esquemas mentales. Su catolicismo colapsa sin saberlo. Tambalea, se arrodilla en la sinagoga y lo abren de canal, de tajo, frente el Tajo, en la mezquita de Cristo de la luz. Ese Cristo me convierte en el fiel musulmán que nunca he sido ni seré. Basta con mi padre en su mezquita. Intestina, infestada, la toledana reacomoda sus piernas y entre sus pliegues e ingles, confiscamos sudados la ruta y retomamos las vías, de vuelta a Majirit, lugar de agua, la toledana mengua filigrana, y escurre los muslos. Ya se regresa todo mudéjar, todo domesticado. El Greco, la carne, el pecado y la santidad avasallan aquellos esquemas de mi padre, que se reconstruyen y deconstuyen a partir del conocimiento preclaro del jamón de pata negra:
Los cerdos están comiendo pienso. Pata negra, libre, padre pata negra, salvaje, indómito, rico, libre. Deja que su deje te libere el pensamiento, la locura. Está con el hijo del hombre; el más amado. Tu padre es flores en campo, libres. Tu padre es sol de 30 grados. Es el ave, es lo alfa, es el hombre.
Que llegue al mediterráneo, aunque no haya nacido ahí. Que beba, que hable català, que sepa que la izquierda está a la derecha, que hay diferencia entre funicular y teleférico. Pase por su casa en Barri Gòtic, que le tenga sin cuidado Gaudí, pero que en su sala, en su gran casona de la carrer Montcada 15, se beba los jugos de manzana, los tiramisús y los calamares todos. Barcelona le sienta bien, mesié Picasso.
Vilanova i la Geltrú, el punto medio, el justo medio, la virtud, culmen de sus pasos por Europa. La anduvo, la escuchó, de tren a tren. Bebió honores, vino, dulce, café, el sibarita se hizo, se erigió señor del Genil. “Dale al vino, montañés, que lo paga Luis de Vargas”, dice mi padre recordándose su juventud en éxtasis, pandillero renombrado Hans, el de la Nativitas, hoy ebrio dignamente, por primera vez en su vida.
[Déjalo que camine,
que se mueva,
respire, conquiste y hable.
Dejadlo que duerma,
libre,
que ronque, que hable,
que te canse,
que no te diga ni reclame.
Ave, mi padre en AVE, ave, pater.
Verlo lleno de 300 km/h, no se le apaga el fuego, pero ya duerme.
Ha visto la luz,
la velocidad, el tiempo,
y ha ido en contra de todo ello
–puño izquierdo, puño eterno).
Es fuego que abraza,
luz que abre,
tiempo que contempla
y velocidad que domina].
La hora más seria me asaltaba todas las tardes. Roma significaba un muro enorme, duro, resbaloso, de cristiano perseguido. Años de todo, de nada, de lenguas, de libros, de nuevo a verificación. Encima San Pietro reposa a tu derecha, y tu padre le parte plaza, a la siniestra. Si Vilanova fue la cumbre, Roma nuestra velocidad crucero: nunca tantos pasos, nunca tantas calles, nunca tan alto, tan alto, “tu es Petrus…” La vista desde la cúpula, el trofeo de la victoria, nuestra via della concilliazione.
[¿Qué hago con él,
que respeta mis silencios?
¿Qué hago con él,
que me espanta los monstruos del sueño, y el sueño?
¿Qué hago con él, que desde niño me cuenta cuentos?]
En Roma, hace lo que los romanos: todo a su modo. Camina césar por el adoquinado, la baldosa, la pedrera, el porfirio rojo, mármol, alabastro, cantera y es un héroe que viene del oeste sin equipaje, sin lastre, sólo con su fe elástica.
[Miras la fragilidad del bien,
sabes que vienen años malos
y que te harán más ciego.
Sabes que la próxima será con otra psiqué,
otros motivos y muecas.
El temor es tu nuevo negro.
En la casa de estos católicos, todo huele a viejo, y vieja también su garganta. Se le siente nostálgico al dios este. Y no te sale la prosa en tierra santa, y sucede porque no lees poesía: en la poesía se aprende precisión. Sudas en este camino reducido que es subir a la cabeza de una basílica (en todos los sentidos de sudar, subir, cabeza y basílica). Tus 150 kilos se aderezan con inseguridad, desaliento, e incertidumbre irremediables. Busca una quijada de asno, Abel, no preguntes].
Regreso a Madrid, que es como volver a casa (en todos los sentidos de regresar, volver y casa). Estoy feliz, dice. Nadie le quitará lo bailado, dice. Las calles, los pasos. Las andadas mudas en las que somos cómplices. Tangueros que vaivenimos, gitanos, güeras, latins, orígenes del hombre en múltiples razas. Esquivamos. Me gusta mi padre con esa bellísima ignorancia. Mira, un prieto, dice. Y vuelve a decir. Que me quiere. Que lo entienda, que ya no puede seguirme. Aquí se queda Hans. Callados. Quería oírlo. Aquí queda. Nos quedamos. Mutuamente. Uno a otro. Otro a uno. Cómplices, al fin, nuevamente, como cuando yo era niño.
Ya te digo.
No pasa nada.
Este ha sido el mejor de los viajes posibles.
Todo lo que sé, es gracias a ti.
Todo lo que te digo, es para devolvértelo.
Gracias por venir conmigo.
Te quiero para siempre.
Víctor Hugo, porque así me llamaste.